Aquiles Nazoa
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Credo de Aquiles Nazoa

    ACTO I

     

    El drama pasa en el cielo

    y en los tiempos patriarcales

    en que Adán era un polluelo

    y el mundo estaba en pañales.

     

    Al levantarse el telón

    es San Miguel quien lo sube;

    llega Dios en una nube

    y así empieza la cuestión.

     

    Dios:              Hecha la Tierra y el Mar

    y el crepúsculo y la aurora,

    me parece que ya es hora

    de acostarme a descasar

     

    San Miguel: ¿Terminásteis el Edén?

     

    Dios:              Hombre, claro, por supuesto,

    y aunque peque de inmodesto,

    me parece que está bien.

     

    Es sin duda lo mejor

    de cuanto hasta hoy he creado:

    tiene aire acondicionado

    y un río en technicolor.

     

    Y como el clima

    lo favorece

    todo allí crece

    que es un primor:

    se dan auyamas,

    y unas papotas

    de este color.

     

    San Miguel: A propósito, Señor,

    empeñado en sostener

    hoy con vos una entrevista,

    por aquí estuvo el nudista

    que fabricasteis ayer.

     

    Dios:              ¿Nudista?... Debe haber

    alguna equivocación;

    yo ayer hice el cigarrón,

    el picure y el cochino,

    pero ninguno anda chino;

    todos tienen pantalón.

     

    San Miguel:  Señor, olvidáis a Adán,

    el animal de dos patas;

    el que vive entre las matas

    como si fuera Tarzán.

     

    Dios:              ¡Ya recuerdo!... El ejemplar

    que fabriqué con pantano

    y a quien el nombre de humano

    le di por disimular.

     

    (Risueño):     La intención que tuve yo

    fue fabricar un cacharro,

    pero estaba malo el barro

    y eso fue lo que salió.

     

    San Miguel: Y bien, ¿hablaréis con él?

     

    Dios:              Llamádmelo, por favor.

     

    San Miguel: ¡Atención, operador!

    ( at the            Conecte con el Vergel

    telephone)     y avísele al Tercio Aquel

    que lo llama el Director.

     

    Operador:     Estés en tierra o en mar,

    deja, Adán, cuanto te ate

    y acomódate en el bate

    que el Viejo te quiere hablar!

     

    ACTO II

     

    Ahora pasa la acción

    al jardín del Paraíso,

    donde Adán, ya sobre aviso

    recibe al viejo en cuestión.

     

    El Viejo:        Adán, ¿qué quieres de mí?

    Adán:                         Oh Señor, que he de querer,

    ¡que me consigas mujer

    o que me saques de aquí!

     

    Dios:              ¿No te gusta este lugar?

     

    Adán:                         Tiene magníficas cosas:

    las frutas son deliciosas

    y el clima muy regular:

    tiene animales

    de los más finos:

    sólo cochinos

    hay más de cien.

     

    Y en cuanto a plagas

    esto es muy sano:

    sólo hay gusano

    chipo y jején.

     

    Pero aunque no tenga igual

    ni en belleza ni en salero,

    mientras yo viva soltero

    le falta lo principal.

    Dios:              Entonces no hay más que hablar.

    Si quieres una señora,

    ponte de rodillas, ora

    y acomoda el costillar.

     

    Tras esta declaración

    y sin conversarlo mucho

    pela Dios por un serrucho

    y empieza la operación.

     

    Dios:   Hágase en un santiamén

    la criatura encantadora

    que va a coger desde ahora

    por el mango la sartén!

     

    Y del costado de Adán

    sale su joven esposa:

    la joven pecaminosa

    de quien los tiempos dirán

    que por estar golosa

    perdió el perro y perdió el pan

     

     

     

    ACTO III

     

    Adán se casó con Eva,

    y con sus pocos ahorros

    se compraron dos chinchorros

    y alquilaron una cueva.

     

    Y a la siguiente semana

    ya arreglados sus asuntos,

    salieron a darle juntos

    una vuelta a la manzana.

     

    Y fue en aquella ocasión,

    fue en aquel triste minuto,

    cuando encontraron el fruto

    que causó su perdición.

     

    Eva:                ¿Qué fruta es esa

    color granate?

    ¿Será tomate?

    ¿Será mamón?

     

    Adán:                         Ni son naranjas

    ni son limones

     

    Eva:                ¿Y pimentones?

     

    Adán:                         ¡Tampoco son!

     

    Eva:                La mata en su ramazón,

    a la de almendrón imita.

     

    Adán:                         ¿Almendrón? ¡Que va, mijita!

    ¡Yo conozco el almendrón!

     

    Eva se acerca al manzano,

    pero al estar junto a él,

    con un machete en la mano

    la detiene San Miguel.

     

    San Miguel: Si no queréis que lejos

    os boten del jardín

    oíd estos consejos

    que os doy en buen latín.

    Podéis comer caimito,

    batata y quimbombó,

    cambur y cariaquito,

    ¡pero manzana no!

    Y el que haga caso omiso

    de tal prohibición,

    saldrá del Paraíso

    lo mismo que un tapón.

     

    Se evapora San Miguel

    y entonces sale una fiera

    semejante a la manguera

    de una bomba Super-Shell.

     

    Manguera:    No le hagas caso, mujer,

    si quieres comer manzanas

    no te quedes con las ganas,

    que nadie lo va a saber.

     

    Y al probar Eva el sabor

    del fruto que tanto ansiaba,

    se vuelve pájara brava,

    por no decir lo peor.

     

    Eva:                ¡Quiero joyas

    y oropeles!

    ¡Quiero pieles

    y champán!

    ¡Quiero viajes

    por Europa!

    ¡Quiero sopa

    de faisán!

    ¡Quiero un novio

    que se vista!

    ¡No un nudista

    como Adán!

     

    Aplaude alegre el reptil.

    Eva baila con un oso

    y Adán está más furioso

    que un loco en ferrocarril.

     

    ACTO IV

     

    Sale Adán junto a la fuente

    jugando con una rana,

    diversión intranscendente

    muy propia de un inocente

    que no ha comido manzana.

     

    Y es aquí cuando Eva llega

    con un traje tan conciso,

    que se le ve El Paraíso

    por la parte de La Vega.

     

    Eva:                Adán, ¿por qué tan callado?

    Dime, amor, ¿qué te resiente?

     

    Adán:                         Que entre tú y esa serpiente

    me tienen muy disgustado.

     

    Eva:                ¡Pero si todo es en chanza!

    ¡Y esa culebra es tan mansa

    como el caballo y la cebra...!

     

    Adán:                         Pero para ser culebra

    le has dado mucha confianza.

     

    (llorando):     Yo soy tu burla, tu guasa,

    y en cambio con la serpiente,

    te muestras tan complaciente

    que ella es quien manda en casa.

     

    (filosófico): ¡Eso es lo triste y lo cruel

    de la amistad con culebra,

    que si uno les da una hebra

    cogen todo el carrete!

     

    Eva:                Bueno, Adán, aquí hay manzana.

     

    Adán:                         ¡No quiero!

     

    Eva:                ¿Por qué, negrito?

     

    Adán:                         Porque no tengo apetito

    ni me da mi perra gana!

     

    Eva:                Un pedacito... Sé bueno...

    Pruébala... ¡Sabe a bizcocho!

     

    Adán:                         No puedo. Comí topocho

    y a lo mejor me enveneno.

     

    Furiosa, escupiendo plomo,

    Eva coge un arma nueva

    y antes de que Adán se mueva

    se la sacude en el lomo.

     

    Eva:                ¡Vamos, Adán, no más plazos!

    Aquí tienes dos docenas:

    ¡Te las comes por las buenas

    o te las meto a escobazos!

     

    Adán:                         Bueno, sí, voy a comer:

    pero no arriesgues tu escoba,

    mira que el palo es caoba

    y es muy fácil de romper.

     

    Y arrodillándose allí,

    como un moderno cristiano,

    coge la fruta en la mano

    se la come y dice así:

     

    Adán:                         ¡Por testigo pongo a Dios

    de que si comí manzana,

    la culpa es de esta caimana

    pues me puso en tres y dos!

    (come llorando)

     

    La Voz           Pues transgredisteis así

    del Viejo:      mis órdenes oficiales.

    ¡Amarrad los macundales,

    y eso es saliendo de aquí!

     

    Autor:            y así acaba el astrakán

    donde en subidos colores

    se les mostró a los lectores

    la torta que puso Adán.

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